Masacre en Maine by Janwillem van de Wetering

Masacre en Maine by Janwillem van de Wetering

autor:Janwillem van de Wetering
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Policial
publicado: 1979-01-01T00:00:00+00:00


DIEZ

De Gier no oyó la sirena del coche del sheriff cuando colocó el micrófono en su sitio. La oyó cuando puso en marcha el Dodge y salió del camino de entrada a la casa de los Astrinsky. El ulular largo y penetrante aumentaba la intensidad, acompañado por un agudo timbre que taladraba los oídos. Era un sonido audaz, impaciente, agresivo. De Gier sonrió. Le gustaba ese sonido. Se dijo que trataría de adquirir el aparato que provocaba ese ruido tan interesante. Un buen regalo para el próximo cumpleaños de Grijpstra. Podrían instalarlo en el Volkswagen que utilizaban para sus recorridos de inspección y una vez en funcionamiento romperían la paz y la calma de Amsterdam en las primeras horas de un domingo, por ejemplo. Hizo señas con los brazos cuando el coche del sheriff, envuelto en centelleantes luces azules, apareció a su vista. El coche patrulla disminuyó la velocidad y la puerta derecha se abrió. De Gier saltó y cayó sobre el respaldo del asiento, mientras el sheriff aceleraba de nuevo. De Gier se inclinó un poco y miró el velocímetro: la aguja cambiaba rápidamente de posición, hasta inmovilizarse en el número ochenta. «Ochenta» pensó De Gier, «y estamos en una pista de hielo».

—El coche está equipado con ruedas para la nieve —dijo el sheriff—. Se adhieren fuertemente y no hay peligro de patinar. Habría sido mejor ponerle las cadenas, pero es difícil ir en persecución de alguien con las cadenas puestas. Obligan a bajar la velocidad.

—Pero no estamos persiguiendo a nadie —replicó De Gier—. Usted ha dicho que había un hombre en la carretera y un coche volcado, ¿no es verdad? Estarán esperándonos.

Los ojos del sheriff brillaron y se hicieron un poco más grandes.

—Cierto —dijo—. Pero algo de velocidad no nos hará daño y el vehículo es del Estado. Somos la ley, sargento. Podemos movernos. Nadie más puede hacerlo en estos días. ¿Por qué cree que nos hemos hecho policías?

De Gier se agarró al asiento cuando el coche hizo un viraje y entró en una curva. Frenó y nuevamente ganó velocidad.

—Estamos llegando. El hombre que me llamó vive en una caravana, en el rincón más perdido del distrito. Nadie vive ahí, excepto él. Es un anciano a quien mantiene la Asistencia Pública. Le han dado esa caravana de segunda mano. Parece una caja de galletas a la que le ha pasado encima un tractor, y ahora es invisible porque la nieve la ha cubierto completamente. El viejo no es amante de usar la pala.

—¿Qué cree usted que ha ocurrido?

—Conductor en estado de ebriedad, ¿qué otra cosa puede ser? El coche ha dado una vuelta de campana, el hombre se las ha arreglado para salir, se ha puesto a pensar y se ha quedado dormido. El viejo lo debe haber visto y nos ha telefoneado. Será un trabajito fácil. Todo lo que tenemos que hacer es despertar al tipo que está en la carretera, meterlo en nuestro automóvil y encerrarlo en una celda hasta mañana. Una grúa puede encargarse del vehículo volcado.



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